lunes, 30 de diciembre de 2013

La hora de las naranjas



La ingenuidad nos cogió por sorpresa. A mí, que pensaba que el mundo sería más dulce si llenaba el cielo de naranjas, y a ti, que ahora no piensas en otra cosa cuando ves el color del atardecer asomarse a la ventana. Me invitas a lamerlo y cerciorarme. El mundo está dulcísimo a esta hora, me dices. Y yo te creo, cómo no creerte...
Me dices que ayer apareció un pez en la bañera, un pez tropical. Que le dejaste marchar antes de que pudiera verlo. Una bañera no es lugar para un pez, y le dejaste marchar. Me dices que cuando duermo, hablo en otros idiomas que no entiendes: japonés, árabe y un francés perfecto, muy parisien. Me dices, sonriendo, que una alondra estuvo cantando todo el día una canción de Benny Goodman, que por eso dejaste la ventana abierta, y ahora la lluvia lo ha inundado todo. Veo todas nuestras cosas flotando sobre el agua fina de la lluvia, que ahora nos llega por los hombros. Y allí está el pez tropical, nadando entre nuestros pies, como si ahora esta casa fuera lugar para un pez. Et je te demande, si l'eau restera toujoursY tú me dices que no me preocupe, que la marea baja a la hora que el cielo se llena de naranjas. Y yo te creo, cómo no creerte...

viernes, 20 de diciembre de 2013

De las cosas bellas



Escribo ahora, porque cada año, después de comer las uvas, me siento delante de este blog buscando qué decir, y nunca digo nada, pues nada es suficientemente bonito, esperanzador o positivo, nada digno de ser escrito el primer minuto del año. Ni siquiera encuentro las palabras para definir ese sentimiento de amargura que me invade al pensar que algo acaba. Y nada acaba en realidad, nada que podamos tocar, solo esa idea del tiempo fabricada. No acaba el invierno, pero nosotros ya estamos pensando en cambiarlo todo, vestidos con ese inconformismo contagioso de final de año que nos insta a volver a empezar, como si realmente fuéramos a hacerlo.
Así que hoy, me siento aquí, como si fueran las 00.03 del día 1 de enero, para decir que este año ha sido mejor de lo que podía esperar. Que me recompongo con frecuencia y muchas veces soy feliz, aunque nunca me atreva a hablar de las cosas bellas.

martes, 23 de julio de 2013

Memoria selectiva



Si me miras o no ya poco importa. Vas dejando trozos de ti en otras ciudades y poco importa. Solo piensas que algún día volverás a recogerlos, seguramente de las manos de un vagabundo, para recuperar esa otra vida. Pero, ¿cómo?, si ya no recuerdas la ciudad, ni la casa en la que vivías, ni si estaba o no cerca del mar. Si ya no recuerdas ni los besos. Y qué mentira. Y qué putada. Olvidar todos los rincones. Los nombres de las calles, todas las fuentes y las paradas de autobús. Todos los puentes y los barrios y los bares. Poder olvidarlo todo, y sin embargo aún palpiten los besos en la memoria, como si fueran de ayer, como si te hubiera querido.

viernes, 1 de febrero de 2013

Si pudiera ser toda esa niebla,

me querrías. Lo sé, te conozco, al menos lo suficiente, como para saber que si pudiera convertirme en cualquier cosa, debería ser algo muy distinto de una persona para que me amases. Bastaría con una, pero acertada, genialidad. Algo así como un desierto de nieve, una carretera infinita o un bosque que se está despertando. Algo grande como una constelación o pequeño como una cama de color inmaculado y aún caliente. Un poco de lluvia en el cristal. Una fotografía de Cartier Bresson. Algún otro tipo de animal herido. Bastaría con ser una de entre todas las canciones que me enseñaste a amar, para que el verbo amar dejara de tener sentido.

jueves, 3 de enero de 2013

¿Cuánto?



¿Cuánto pueden durar los restos?
¿Cuántos años más seremos arqueología y caeremos,
de nuevo, sobre los huesos?
¿Cuánto más puede sostenerse la polilla del recuerdo bajo la lluvia, y cuántos
miles de kilómetros hacen falta
para erguirnos en un cuerpo que no es el nuestro?
¿Cuántasletrascuántasalmascuántoscuentos...?
¿Cuánto hace falta?
¿Cuánto es el tiempo?
¿Cuánto es el precio y cuánta la rabia?
¿Cuánto pedimos olvidar y cuánto, en realidad,
olvidaremos?
¿Cuánto por borrarnos?
¿Cuánto por apagarnos
para volver a encendernos?
Y cuánto miedo, y cuánta luz y cuánto eco...